El 24 de octubre de 1648 se firmaba la Paz de Westfalia, que ponía fin a la Guerra de los Treinta Años. Esta guerra se había librado entre 1618 y 1648 y en ella habían participado la mayor parte de las potencias europeas: Dinamarca, Suecia, Francia, Austria, los Países Bajos, el Sacro Imperio Germánico, Italia, Inglaterra y, por supuesto, España. Westfalia reconoció la independencia de las Provincias Unidas, aceptada ya de por la mayor parte de las potencias europeas. Para España este hecho ponía fin a una guerra de ochenta años, y aunque el reparto final perjudicaría sus intereses, conservó la mayor parte de sus territorios consolidados. El Imperio alemán se separó, quedando dividido en una confederación de estados autónomos. Dinamarca se quedó sin sus posesiones en el Báltico y Suecia se convirtió en la potencia dominante de esta zona. Francia, por su parte, ganó territorios estratégicos que ampliaron sus fronteras y permitieron que se convirtiera en el nuevo guardián del continente.
Los Habsburgo fueron los grandes derrotados de Westfalia, que acabó con la hegemonía imperial en favor de un nuevo concepto de soberanía nacional, que equilibraba la relación de fuerzas y reforzaba la autonomía de los estados pequeños. Francia, la potencia ascendente, ganaba mucho en el nuevo reparto.
En el orden religioso Westfalia reconoció las tres religiones cristianas, catolicismo, luteranismo y calvinismo, y dio potestad a los estados para elegir
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